martes, 30 de abril de 2013

Tal vez me equivoque, pero creo que usted fue la primera en utilizar música clásica y tango en la misma película.

    Tal vez me equivoque, pero creo que usted fue la primera en utilizar música clásica y tango en la misma película.

Y algo de música electrónica también. El adagio de la 7* sinfonía de Beethoven forma parte de la trama. En cierto modo es el tema que comunica a los protagonistas. Y el tango es el perfume de Buenos Aires, no puede faltar. En este caso tiene varias formas. Lo que llamaríamos tango moderno es la música de las calles, que compuso Roberto Rodriguez. El tema de los títulos es una balada tanguera “Siempre Nada” compuesta por Irene Morack y que tiene un solo de bandoneón muy hermoso, interpretado por Domingo Moles Y el tango “Garua” de Aníbal Troilo y Enrique Cadícamo, que canta Irene Morack. Para la música electrónica se usó una canción de Jorge de la Vega transformada en un tema electrónico, para lo cual tuvimos que ir al Instituto Di Tella y usar su tecnología.  Con respecto a Garúa, tuvo lugar una anécdota que hace quedar bien a mucha gente y por eso merece ser contada. Para utilizar Garúa había que pedir permiso al autor. Me habían informado que algunos autores de tango pedian un precio que superaba sideralmente la tarifa que fijaba SADAIC. De manera que una noche fui al Viejo Almacén para hablar con Troilo. Me detuve cerca de el, algo intimidada,  él se acercó y preguntó ¿qué necesita mijita?, con el afecto que podría haber usado un abuelito. Le expliqué que nuestra  producción podía pagar la tarifa que fijaba Sadaic, pero no podía más.  ¿De qué tango se trata?. De Garúa.  Pero como no!,  uselo nomás, le voy a firmar la autorización…Ah!  Pero la letra es de Cadícamo! Y se quedó pensativo. Es una persona difícil…pero voy a hablar con el, no se preocupe, yo lo voy a arreglar, vaya tranquila y hable en Sadaic. Fui, expliqué de qué se trataba y me hicieron pasar a una oficina interna para que me atendiera alguien de la Comisión. Me recibieron Stampone y Cátulo Castillo. Volví a explicar de qué se trataba y reaccionaron de la misma forma que Troilo. No hay problema, ¿de qué tango hablamos? Garúa -Ay!  Cadícamo es difícil. No importa, lo vamos a convencer, no se preocupe. Me hubiera dicho a mí, dijo Cátulo, Castillo, nos ahorrábamos mucha conversación, y yo le daba La Última Curda. –Ya está grabado- me excusé con lo que me quedaba de voz ante esa declaración apabullante. Cadícamo  me llamó por teléfono para asegurarse de que yo apreciaba la importancia de Garúa y la magnitud del gesto. Solo me pidió que, como mi película iba a “salir corta”, acudiera a él para que me diera un corto filmado sobe sus tangos. Le prometí que sí, en caso de que la película saliera “corta” lo iba a pedir. Y realmente no tuve más problema. Creo que de alguna manera hubiese cumplido algo de mi promesa. No se cómo me arreglaría. No es premeditado pero creo que para mi trabajo, parto siempre de un punto de vista ético.
Escena onírica de Samurais

-         Como fue la relación con los otros directores de cine?

Hubo actitudes opuestas. No voy a dar nombres porque eran o son gente muy conocida en el ambiente. Salvo aquellos a los que tengo algo que agradecer. En una especie de orden cronológico recuerdo a Soficci, que entonces estaba a cargo del Instituto de Cine. Cuando se enteró que amenazaban con sacarme la sala cumpliendo la media, hizo venir a su secretaria y le dictó una carta, muy convincente, reclamando por esa medida tan arbitraria. Luego me la hizo firmar. – Esta carta me la envío a mí, al Instituto,  dijo. Me pareció que se identificaba con el problema como si le hubiera pasado a él, y tal vez así había sido. Por supuesto, no se pudo hacer nada. En una oportunidad anterior, yo necesitaba un gol violento o algo parecido, que atestiguara la violencia o la pasión, no siempre normal, que tiñe los partidos de futbol. Eran unos centímetros de película que me  hubiera gustado documental, extraído con preferencia de algún noticioso deportivo. Era increible  la manera evasiva con que varios directores, a los que busqué en el Laboratorio  me dijeron que no. Pedí ese favor a los que tenían películas con escenas de futbol. Hasta que llegué a la cabina de Néstor Paternostro., de quien había visto el film “Mosaico” En cuanto le expliqué lo que necesitaba, se arrojó literalmente, sobre un montón de latas de películas y eligió una, que me entregó  diciéndome que allí encontraría lo que buscaba, y que usara todo el rollo si lo necesitara.
Escena onírica de violencia
El ya había terminado la película “Laura contra la mitad más uno”. El desinterés y la solidaridad que expresó con ese gesto no puedo olvidarlo, y le estoy agradecida. Torre Nilson y Beatriz Guido también, hablé con el cuando amenazaban con sacarla de cartel y me preguntó como iba en relación al número de espectadores, le contesté que en la quinta semana había hecho el mismo número que “El bebe de Rosemary” en ese mismo lapso de tiempo, y esa película había hecho doce semanas en total. – Entonces defiéndala, me dijo, y me estimuló para que lo haga. En cambio no puedo olvidar un director muy conocido que, mientras esperábamos que nos abrieran  las puertas del consulado donde había una recepción, fingió no reconocerme para no saludarme. Y otro que cruzó la calle para evitar lo mismo. O una directora, algunos años después, que en una conferencia de Prensa en Panamá, dijo que ella era la única directora argentina. Yo no estuve en Panamá, la información la tuve porque me la contó el Profesor Luis Trelles Plazaola,  de la Universidad de Puerto Rico, autor del libro “Cine y Mujer en América Latina”, presente en la ocasión. Me lo dijo un poco escandalizado porque había visto “Gente en Buenos Aires” y “Ese loco amor loco” en el Instituto de Cine de Buenos Aires. – Por qué necesita mentir así?, preguntó, Ser la única!.  Por uno u otro caso, comencé a darme cuenta de la importancia de la mentira amplificada en el mundo del cine.  Nominaciones, homenajes, ocurrían montones de cosas que se decían y se daban por ciertas sin que a nadie, ni al periodismo, se le ocurriera pedir  una documentación, algo que certifique las palabras. Esas actitudes, la mentira llevada a nivel nacional,  no se aprendía estudiando. Después me consolé, vaya consuelo, viendo que el cine no era el único lugar  donde se hacía  tanto fraude. Y con muchas otras artes pasaba lo mismo. El  mucho dinero,  la clase social y la falta de escrúpulos, confieren un poder que se impone,  con bastante cinismo.  Encontré varios críticos, muchos, que no dudaban de las palabras. Creían con ingenuidad en los artículos de los diarios, otros que sabían verdades y las callaban.  Sufrían por eso.
Escena del velorio
Lo digo con el mayor respeto hacia algunos críticos y directores sinceros, que admiro y dejo aparte. Entre los jóvenes Gabriela David, como su padre, Mario David en otro aspecto, que me merecieron   agradecimiento por ser como fueron. Y tantos otros. Agustín Mahieu, Juan Carlos Frugone,  Fernandez Jurado, el colorado Ferreyra, Couselo, Claudio España, Salvador Samaritano.  Fueron muchos, a los que debo agradecer, y  que me hicieron sentír alegría por disfrutar de su amistad.
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