miércoles, 22 de mayo de 2013

Inicio de su contacto con la literatura

Cuando cumplí doce años mi madre me regalo dos novelas, una de Máximo Gorky y otra de Emilio Zola. Luego me llevó hasta el hermoso edificio de la Casa del Pueblo, en la calle Rivadavia, subimos la magnífica escalinata que conducía al primer piso y a la biblioteca, y me asoció. Y ahí sí, fue un resorte que ayudó  a dar forma a mi vida. Toda la cultura al alcance de mis manos. Creo que se puede entender la metáfora: “leer como una descosida” y a pesar de que me llamaban ojos de gato, empecé a usar anteojos por cansancio de la vista.
Mi adolescencia y gran parte de mi juventud fue signada por la lectura. Descubrí algunas cosas en mí, que eran una aparente novedad. Resulta que tenía medio oculto algo que se llamaba un imperativo categórico, una ideología aún informe,  pasiónes tal vez exageradas, una multitud de sentimientos encontrados que más de una vez juzgué absurdos, pero que me constituian.
Era inevitable que pensara en escribir.

Los Balcones de la primera casa familiar